Once contra once y siempre gana el destino, en esta ocasión el de una Argentina que revivió sus éxitos y fracasos durante el verano de 1990, en Italia. Sabíamos todos como acababa la película y nada pudimos hacer para cambiar el guión: pelearon como argentinos y cayeron con orgullo. Alemania es campeona del mundo, otra vez.
Los actores argentinos salieron a escena en el gran acto final con decisión, el pecho henchido de coraje y amor a su tierra natal; una inyección de adrenalina que les hacía correr como si pudieran ganar el partido. Estaban veloces y pletóricos, con un Messi incontenible. No estaban los diques alemanes para tamaño caudal de talento y La Pulga sembraba el pánico aún errando en los metros donde siempre acertó, cerca del gol. Corría el león y los ñús se volvían locos tratando de salvar la vida, a pesar de ser clara mayoría. Pero Argentina tenía al Pipa en punta. Y claro. Desempeñó el papel de artimaña barata de best-seller; a veces funciona, pero con el tiempo da vergüenza ajena. Higuaín lleva toda una vida provocando ¡uys! en fechas claves y ayer se convirtieron en improperios propios del Tano Pasman. Junto a él celebraron su gol en offside los miles de hinchas que salieron a las calles de Buenos Aires festejando que habían perdido: el rodillazo de Neuer debió ser tan certero que conmocionó a media nación.
Alemania, con otras cinco finales mundialistas y la ropa desgastada de pelear metales, estaba preparada para las carreras del Pocho Lavezzi, las patadas de Mascherano y los golpes de timón de Leo Messi. Fue asentándose en el terreno de juego descansando en la estrella de Ousil, algo más visible que de costumbre en este torneo. Lahm se adaptó genial a su nuevo rol como lateral demostrando su futuro en esta demarcación, algo que sin duda podrá aprovechar Pep Guardiola, y Müller hizo de sí mismo con esa cara de campeón del mundo que siempre tuvo y su rauliana capacidad para estar inmerso en todos las salsas que huelen a gol aún con la puerta de la cocina cerrada a cal y canto: el equipo funcionaba relativamente bien para haber perdido a Khedira en el calentamiento. Ocurría sin embargo que cuanto más pases eran tejidos entre alemanes, más desordenados estaban, pues le quedaban siempre lejos los de azul oscuro. Supongo que quizás por eso, para no ver corriendo al diez, Kross prefirió mantener el anonimato durante gran parte de la gala, no sea que el remedio fuera peor que la enfermedad. Se dedicaría a lanzar efectos desde la esquina del campo; que no fue poco. Alemania bailó el tango y Argentina tocó a Bach con frenesí, pero ni los primeros lucieron elegantes, ni los segundos suficientes.
Sabella tuvo una revelación en el entretiempo: visualizó debilidad en el eje alemán y metió al Kun para seguir jugando a tres pases, pero en el carril central. Es listo Sabella. Salió Lavezzi, que estaba más fresco después de cuarenta y cinco minutos que Agüero desde el banquillo, sin gasolina…y no será porque falta de tanque. Los alemanes se miraban extrañados entre sí a causa del plan argentino; semejante vulgaridad para tratar de meterles mano. Y en lo que hacían chistes sobrios y reían sin abrir la boca, ataviados con sus trajes, se colaron los golfos en el baile y a punto estuvieron de irse con las chicas. Por suerte para los teutones, Schweinsteiger se percató a tiempo de la situación y fue el primero en quitarse la corbata, remangarse y empezar a repartir puñetazos. Entró el partido entonces en una suerte de batalla en la que se peleaba por cada centímetro cuadrado de césped, no siempre con acierto sino más bien al contrario. Destacaba Mascherano en estas lides, como Cannavaro años antes, aunque con un estilo más gamberro, como de barrio…»y a mucha honra», te diría. No pudo nunca Alemania dominar el área argentina como Neuer dominó la propia, tras dominar primero medio terreno de juego y luego, las emociones de sus rivales.
Así que vimos llegar la prórroga sin sorpresa, después de balones al palo y remates tan fallidos qué otra cosa podría suceder y qué otra cosa deseábamos. Durante la misma jugó entre otros Fernando Gago y gracias a éso y al estado del Kun Agüero, nadie señalará para siempre a Hummels, con indigestión de hype tras comerse lo suyo y lo de un sobrio Boateng. Unos, como Messi, esperaban los penales porque ya hacía tiempo que no podían con las botas y vagabundear por el campo de Maracaná un día tan señalado no está muy bien visto. Otros en cambio, se agarraron con las uñas al tiempo de los campeones que te brinda la oportunidad fugaz de pasar a la historia en un arranque de repentina clarividencia. Le ocurrió a Churle, que corrió sin pensar con el esférico por la banda izquierda, sólo por ganar aquella carrera; después ya se vería. Y le ocurrió a Götze, que le tuvo una fé tremendamente generosa a aquella cabalgada y buscó el área con piernas frescas y la mirada de un loco. Controló maravillosamente el centro con el pecho y sin dejarla caer, en semivolea acrobática, coordinó un gesto que quedará para la historia, haga ya lo que haga con su vida. Alemanes corriendo, gritando y riendo; puños cerrados y brazos abiertos; una piña de jugadores en la cúspide de sus carreras deportivas; el alma del último guerrero sudamericano hecho trizas bajo sus pies.
Sale Di Stéfano reforzado de todo esto. «Ningún jugador es tan bueno como todos juntos».